Stein ha dado varias vueltas por el mundo formándose y creando obras únicas donde combina varios estilos que van desde la pintura al óleo, la acuarela, o la pluma y tinta hasta el diseño digital. Ahora vive en Barcelona desde donde continua trabajando, creando y exponiendo.
Es originaria de Long Island, Nueva York hija de padres con varias habilidades de las que aprendió. Su madre, de raíces rusas-judías y nacida en Palestina seguía cocinando en Estados Unidas la comida de Europa del este. Su padre era ingeniero con raíces también en Rusia y Polonia.
Stein se describe como una persona no verbal y recuerda que siempre estaba pegada a sus padres mientras hacían todo tipo de actividades, le gustaba observar, sobre todo la naturaleza y los animales. Es posible que esa fascinación fuera el génesis de su interés por el arte.
Entramos en su estudio en Barcelona y lo primero que llama la atención es su fijación por el zapato.
¿Por qué zapatos?
Tienes toda la razón con el tema de los zapatos. El año pasado mi amiga Ruth Marten fue comisaria de una exposición en Colonia, Alemania, con el tema del zapato y me invitó a participar. Se me ocurrió hacer una bota tapizada. Sé coser y ya había tapizado una silla y el resultado era y no era una bota. Para mí tiene mucha presencia y poder y fue muy divertido hacerla. En cierto modo, era algo un poco absurdo, pero estaba realmente enfocada en la silueta de la pierna, Las piernas me fascinan.
¿De dónde sale el nombre de la obra, la Bota de Gógol?
Me basé en el relato de El Abrigo escrito por Nikolai Gógol. Acababa de leer ese cuento y pensé: “Lo llamaremos La Bota de Gogol porque combina con el abrigo de la historia”.
La historia trata sobre un funcionario, que gana muy poco dinero y tiene una vida muy limitada. Solo tiene una rutina muy estricta. Su abrigo se desgasta durante el invierno, y el sastre que lo ha estado arreglando durante años, dice que ya no tiene arreglo y le tiene que hacer uno nuevo. Cuando va a la oficina con su nuevo abrigo, es como si le hubiera cambiado completamente la apariencia, haciéndolo parecer una persona de otra clase.
La obra se vendió enseguida y sentí que alguien entiende lo que estoy haciendo, pues yo no pienso mucho en exponer mi trabajo.
Vi muchas en mi juventud cómo los resultados del Movimiento por los Derechos Civiles comenzaron a dar frutos. Ante todos esos cambios yo dibujaba, ese era mi lenguaje y no todo el mundo lo entendía.
¿Qué recuerdos tiene de su familia y primera infancia en Estados Unidos?
De mi recuerdo que plantó un huerto y yo siempre ayudaba. Las uvas que teníamos atraían muchos insectos, con los que jugábamos porque eran hermosos. Se llamaban escarabajos japoneses, parecían brillantes y coloridos. Pero a nuestros vecinos no les gustaban porque se comían sus plantas y mi padre tuvo que quitar el jardín.
De mis padres, aprendí que uno puede hacer cualquier cosa que necesita y a medida que crecí, aprendí a hacer muchas cosas. Era muy tímida, no pedía ayuda, y eso me obligó a aprender a hacer las cosas por mi cuenta.
¿En qué otros lugares de Estados Unidos ha vivido?
En los años 60 nos mudamos a Washington a una casa al lado de un bosque, eso era un paraíso para mí, tener cerca un bosque, un arroyo, vida silvestre de todo tipo. Después de un par de años, el agua se contaminó tanto que casi no quedaba nada vivo en ella. Lo vi pasar y fue muy triste. Vi muchas cosas cambiar en mi juventud, también, los resultados del Movimiento por los Derechos Civiles comenzaron a dar frutos. Ante todos esos cambios yo dibujaba, ese era mi lenguaje y no todo el mundo lo entendía.
¿Dónde se ha formado como artista a lo largo de estos años?
Estudié arte sí. Mis padres, eran bastante tradicionales, especialmente mi madre, que venía de una cultura donde las chicas no iban a la universidad. Ella llegó de Palestina a Estados Unidos. Allí encontró un marido y acabó viviendo en los suburbios y no tenía ninguna ambición de educarse, de hecho, miraba con desdén a las personas educadas. Probablemente las sentía como una amenaza. Cuando estaba en la secundaria, tenía un novio que venía de una familia muy educada y me adoptaron y me protegieron.
Ellos me dijeron que tenía que ir a la escuela de arte, para mí fue aterrador porque no tenía ningún precedente para pensar en eso y mis padres se oponían, pero gracias a ellos fui a la Escuela de Bellas Artes en Boston. Fue difícil para mí porque nunca había tenido presión para crear algo. Uno tiene que crecer y desarrollar un lenguaje y me costó trabajo adaptarme. De todos modos, en Boston me junté con muchos otros artistas, pero la escuela era muy desestructurada y no tenía ninguna orientación.
¿Y cómo suplió esa falta de organización o de disciplina en Boston?, ¿es crucial para un artista tener ese fondo, esas herramientas, la base?
Ya sabía cómo dibujar con realismo, pero también hay que querer y saber decir algo. Así que me cambié al Instituto de Arte de Chicago, y realmente fue una gran escuela, pero aun así me faltaba orientación.
Creo que mi madre en esa época estaba celosa de que pudiera ir a la escuela de arte porque ella tenía talento pero nunca fue reconocida más allá de ser una “una mujer haciendo cosas de mujer”. Ella seguía escribiéndome cartas diciéndome que era un desperdicio de dinero. Mis padres me enviaban una pequeña ayuda económica para el alquiler. Eso realmente interfería con mi libertad, porque cuando eres joven, eres muy vulnerable, y necesitas apoyo emocional. Necesitas que tus padres crean que puedes lograr algo, y eso no lo recibí. Así que dejé de ir a la escuela y regresé a Boston, donde estaban mis amigos, muchos de ellos fotógrafos.
¿Abandonó totalmente el arte por esa falta de apoyo y comprensión?
Hice otras cosas, siempre hacía cosas y hacía ropa. Tenía trabajos ocasionales, pero mi pasión estaba en la creación de cosas. Mi mejor amiga era Nan Goldin, una de las fotógrafas más famosas de la época. Nos mudamos juntas a Nueva York y su trabajo se fue volviendo cada vez más predatorio, diría, empezaba a entrar a tu habitación y tomar una foto de ti si estabas con una pareja.
Ella cruzó un límite en el mundo del arte, era una invasión de la privacidad, y antes de ella eso no se hacía, por ella se hizo aceptado. Eso causó una gran ruptura entre nosotras, fue un debate importante: ¿dónde está el arte y dónde está la vida privada? Quizá eso me ha convertido en cautelosa sobre el mundo del arte, las personas, las verdades, sus intenciones.
¿Qué hizo en Nueva York rodeada de artistas?
Cuando era joven, en Nueva York, era amiga de todas estas personas muy creativas, y muchas llegaron a tener mucho éxito, pero supongo que, en algún momento, yo cambié de rumbo, y también me convertí en madre, y eso cambia las cosas. Como madre, quería tener una trayectoria segura, y quería darle a mis hijos oportunidades para aprender cosas, para volverse independientes, para encontrar su propio camino, para compensar quizás lo que yo no tuve, así que siento que lo logré, y no tenía la ambición de ser una artista famosa, eso no era lo que realmente quería y acabé en el mundo del diseño gráfico en revistas, donde aprendí muchísimo.
Trabajé con personas tan agradables, y descubrí que el mundo del diseño gráfico era estable. Mis amigos artistas eran locos, muchos adictos a drogas, se engañaban entre ellos, y se trepaban unos sobre otros para conseguir una posición en una galería, y eso me parece horrible y sin sentido.
Entiendo que la religión ayuda a las personas a funcionar de una manera organizada, y les da un sentido de seguridad, pero mi identidad judía también tiene que ver con leer los escritos de otros judíos, como Franz Kafka, y todos los judíos que han logrado y contribuido al mundo, a las ciencias.
¿Cómo definiría su identidad judía?
Mi identidad judía siempre ha estado un poco conectada con ser neoyorquina, con tener padres y abuelos que hablaban yiddish, toda la comida tradicional o el haber ido a los bar mitzvás. Con muchos amigos judíos en Nueva York compartíamos esa carga judía, los complejos de tener padres inmigrantes, la presión que eso conlleva. Celebraba Janucá, hacía comida judía, pero soy una persona secular.
Entiendo que la religión ayuda a las personas a funcionar de una manera organizada, y les da un sentido de seguridad, pero supongo que mi identidad judía también tiene que ver con leer los escritos de otros judíos, como Franz Kafka, y todos los judíos que han logrado y contribuido al mundo, a las ciencias. Si un judío logra algo, uno siente que también le pertenece, te ayuda a elevarte ante los ojos de los antisemitas. Nunca sentí la necesidad de aferrarme a una práctica, me sentí muy libre, en EEUU te sientes muy libre, tal vez en Europa la gente se siente menos segura para expresarse y simplemente ser.
¿Ha tenido alguna experiencia antisemita contra usted o contra su arte?
Algunas veces me topé con antisemitismo, que siempre me ha parecido simplemente ignorancia, igual que el racismo hacia los negros, hispanos o extranjeros. Durante un año viví en Israel, y me conecté de alguna manera, pero ahí también me trataron como si no fuera realmente judía, porque no soy israelí, por ser extranjera, y yo les respondía que ¡mis abuelos habían fundado la ciudad de Metula! Israel es un sitio muy cosmopolita. Ahí también estaba rodeada de muchas personas creativas. Ser artista es un privilegio, porque estás rompiendo ciertos tipos de expectativas culturales y sociales. Para mi familia, soy solo esta persona tímida, y realmente no entienden lo que hago ni para qué es, ni cuál es su valor.