Clarice Lispector y la alegría de Shavuot

Clarice Lispector
Clarice Lispector. Foto cortesía de P. Gurgel Valente. The New Yorker

La asunción de un destino

La vida y obra de Clarice Lispector representan, como en tantas mujeres judías, la alegría de la Torá. Quienes conozcan a la autora entenderán que para ella esta afirmación sería una especie de herejía, pues sólo una vez entre tantas líneas escritas, aludió abiertamente a su origen judío. Pero el hecho de que nunca lo dejara manifiesto como auténtica confesión vital no significa una renuncia a su judeidad, sino todo lo contrario, uno de sus secretos “mejor” guardados. Y, por tanto, una especial fidelidad a sí misma que practicaba como el juego antiguo del respeto a lo oculto que se esconde tras lo dicho.

Cerca del corazón salvaje Clarice Lispector
Cerca del corazón salvaje, Clarice Lispector. Siruela

En filosofía se ha expresado de muchas formas, pero solo hay un aforismo que lo concentra: “la verdad gusta de ocultarse” y el sabio poeta sólo juega a su particular desvelamiento. Es este arte para el que Lispector nació tocada con un especial don, uno reservado sólo a las sibilas griegas o las sacerdotisas romanas, algo así como una vestal judía, una mística conocedora del arte antiguo de la cábala.

Lispector representa la alegría, dolorosa, no obstante, del pathos judío. Recibir la Torá es recibir el peso de todo un pueblo, con su vitalidad única pero también con su excepcional responsabilidad. Jaya Pinjasivna Lispector, nombre suyo original que significa “vida”, nació el 10 de diciembre de 1920, en la pequeña aldea de Chechelnik, en Ucrania. Tercera hija del matrimonio Pinjas y Mania, salió de su país natal con apenas dos meses de vida, primero con destino Moldavia y después Rumanía, para finalmente llegar a Brasil, donde adoptaría el nombre de Clarice.

Sin embargo, su vida estaría ya atravesada por la persecución rusa a los judíos, que asesinaron a su abuelo y violaron a su madre, contagiándola de sífilis. Pasó sus primeros años en Pernambuco, la familia salió adelante, pero su madre no se curaba y cuando Clarice no tenía ni 10 años Mania murió. Algunos dicen que fue el peso de la orfandad materna la que la llevó a empezar a escribir a una edad muy temprana.

En La soledad de no pertenecer (dentro de Aprendiendo a vivir) publicado en España por Siruela nos confiesa:

«Sin embargo fui planeada para nacer de una manera tan bonita. Mi madre ya estaba enferma, y, según una superstición bastante extendida, se creía que tener un hijo curaba a las mujeres de una enfermedad. Entonces fui deliberadamente creada: con amor y con esperanza. Pero no curé a mi madre. Y hasta hoy siento la carga de esta culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé.

Aprendiendo a vivir
Clarise Lispector: Aprendiendo a vivir. Siruela

Como si contasen conmigo en las trincheras de una guerra y hubiese desertado. Sé que mis padres me perdonaron haber nacido en vano y haber traicionado su gran esperanza. Pero yo, yo no me lo perdono. Desearía que simplemente se hubiese producido un milagro: nacer yo y curar a mi madre. Entonces sí: habría pertenecido a mi padre y a mi madre. No podía confiar a nadie esa especie de soledad de no pertenecer porque, como un desertor, mantenía el secreto de una huida que por vergüenza no podía ser conocido.» Clarice Lispector.

A pesar de ese fracaso suyo inicial como niña venida a la vida con una misión fallida, una muy personal alegría existencial sería la constante de sus escritos desde el comienzo. Algunos dicen que se inicia en el arte de la escritura precisamente para intentar entretener a su madre y hacerle menos dolorosa la enfermedad letal, era su peculiar arte de cura y cuidado, de las otras atenciones se ocupaban las hermanas mayores, pero también sin duda porque este fue su carácter y don heredados. Los juegos de las palabras, y simulaciones de mundos ficticios inventados, también como paralelos lenitivos de un descarnado mundo originario, eran una especie de mágico salvoconducto vital que terminarían por consagrarla sin duda como una de las mejores escritoras de la literatura universal.

Clarice Lispector
Clarice Lispector. Foto: ndbooks.com

Su afición por el malabarismo de las palabras, forzándolas a las más asombrosas serpentinas y equilibrismos empieza muy temprano, como nos cuenta uno de sus mejores biógrafos en la actualidad, Benjamín Moser. «De pequeña podía jugar con una palabra durante una tarde entera», escribió más tarde. Así queda reflejado en su primera novela, con la palabra “lalande” que se inventa la protagonista:

“Lalande”, dice “Es como lágrimas de ángel. ¿Sabes lo que son las lágrimas de ángel? Una especie de narciso pequeño, la brisa más ligera lo mueve a un lado y a otro. Lalande es también mar de madrugada, cuando ninguna mirada ha visto todavía la playa, cuando el sol no ha nacido. Siempre que diga: Lalande, debes sentir la vibración fresca y salada del mar, debes andar a lo largo de la playa aún oscura, lentamente, desnudo. De inmediato sentirás Lalande …”.

Y, lo mismo haría ya de adulta para explicarles a todos y a sí misma su propio apellido, ridiculizado por uno de sus críticos tras el éxito de la publicación de este libro, “Cerca del corazón salvaje”. Para aquel, el apellido paterno de Clarice era resultado de un mal elegido pseudónimo. Ella respondió desmenuzándolo, como si de una sagrada granada se tratara: lis, lirio, como la flor de lis, y pector, pecho, y así extrajo su significado místico: “en el pecho, un lirio”:

“Soy un objeto querido por Dios. Y eso hace que me nazcan flores en el pecho.

Él me creó igual a lo que ahora escribo: «soy un objeto querido por Dios» y a él le gustó haberme creado como a mí me gustó haber creado la frase. Y cuando más espíritu tiene el objeto humano más satisfecho está Dios.

Lirios blancos apoyados sobre la desnudez del pecho. Lirios que yo ofrezco a lo que duele en ti”.

Fin del desierto: la fiesta de Shavuot

La hora de la estrella Clarice Lispector
Clarice Lispector: La hora de la estrella. Siruela

Seis de siván y termina la cuenta del Omer, al séptimo se inicia la fiesta. Única vez en que Dios habla directamente a cada judío. Jag HaShavuot, la “festividad de las semanas”, siete son también las que siguen tras Pésaj. Seis serían los días de la faena de Dios para edificar el Mundo -al séptimo descansó- siete las semanas en el caso del hombre para hacerse cargo de lo que Aquel le había concedido: la asunción de la libertad como condición necesaria para la continuación de su propia labor. Siete era también el número mágico para Lispector, en un cuento que titula Preciosidad, dice:

“(…) a la caída del primero de los siete misterios que eran tan secretos que de ellos apenas quedaría una sabiduría: el número siete”. 

La salida del desierto se reproduce en cada judío hijo de familias perseguidas y expulsados de su lugar de nacimiento. Este, como el de muchos, es también el caso de Lispector. Su vida, gestada como superviviente en el cuerpo dolorido y moribundo, pero vivo, de su madre, no puede por menos que ser entendida como un deambular por el desierto.

La manzana en la oscuridad Clarice Lispector
La manzana en la oscuridad, Clarice Lispector. Siruela

Este destierro, que pocos conocen históricamente y, por desgracia, tan bien como el judío, aparece en varias de sus novelas. Así en una, sin duda, de las más importantes suyas, La manzana en la oscuridad. Esta obra narra la errancia particular de Martim, un hombre que huye como presunto culpable de un crimen cuya verdadera eventualidad no se conocerá hasta el final. Las primeras páginas de la novela, unas treinta aproximadamente narran su huida por un desierto idílico que parece tan inexistente como el fruto de una alucinación causada por los rigores del mismo

 El fin de la trashumancia, se abre con la constatación incierta, impasible, de la certeza del domingo y de la vida, al fin. “Pero la verdad es que el desierto tenía una existencia limpia y extranjera. Cada cosa estaba en su lugar. Como un hombre que cierra la puerta y sale, y es domingo. Además, el domingo es el primer día del hombre” (p. 26).

Pero, de alguna manera, la errancia por el desierto proporciona un innegable aprendizaje, la corroboración del ser que verdaderamente se es. Y, así, por ejemplo, en Martim la certeza de sí mismo se la descubre el trozo de sombra que el sol le dibuja en el suelo. “Él era su primer marco”. Justamente en ese vacío se abre la oportunidad que la libertad había causado en él, como el eco de su existencia resonando en el amplio espacio desértico llevándole hasta Dios.

La alegría de la Torá y las primeras cosechas

Agua viva Clarice Lispector
Clarice Lispector: Agua viva. Siruela

Pero, el tiempo del desierto ha terminado, los judíos han festejado su liberación y recogen las primeras cosechas. Jag Hakatzir (La fiesta de las Cosechas) y Jag Habikkurim (La fiesta de las primicias). El judío ha sido agraciado con una tierra propia, que por fin podrá cultivar, regar y cuidar. La primera colecta ha de ser ofrecida por agradecimiento a Dios, comienza Shavuot, y entregarán su primer trigo en los dos panes del sacrificio. La alegría de la festividad judía, recreada en cada Shabat, es el conatus vital que Lispector otorga a lo que recibe la vida y agradece el don mayor que es la misma.

“Siento el martirio de una oportuna sensualidad. De madrugada despierto llena de frutos. ¿Quién vendrá a coger los frutos de mi vida sino tú y yo misma? ¿Por qué las cosas un instante antes de suceder parece que ya han sucedido? Es una cuestión de simultaneidad del tiempo [simultaneidad que solo Dios comprende y ejecuta para toda la eternidad]. Y entonces te hago preguntas y estas serán muchas porque soy una pregunta”.

Escribe así en una de sus obras más aforísticas y enigmáticas, Agua viva. Una obra de madurez que recobra sin embrago la gaya vitalidad de su juventud. Pues si hay algo en Lispector es el recuerdo siempre vivo de las primeras experiencias de la vida, el amor y todos los primeros despertares de los sentidos que erizan los cabellos en el contacto con la vida. Esa alegría asociada a la sensualidad suya como mujer, pequeña réplica volcánica de la Naturaleza toda, con su desparramarse de fuerzas y su jovialidad salvaje, todas necesarias para la gestación que la mujer encarna. Pero, también reclama ese “tú” permanente que es el amado, el lector oculto de sus confesadas palabras difíciles de musa-escritora.

“Las tres experiencias:
Hay tres cosas para las que nací y por las que doy mi vida.
Nací para amar a los otros, nací para escribir y nací para criar a mis hijos.
El “amar a los otros” es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, con lo que sobra. Las tres cosas son tan importantes que mi vida es corta para tanto. Tengo que apurarme, el tiempo urge.
No puedo perder un minuto del tiempo que hace mi vida. Amar a los otros es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio.
Y nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente. Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué fue ésta la que seguí. Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje, mientras que para escribir el aprendizaje es la propia vida viviéndose en nosotros y alrededor nuestro. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único estudio es justamente escribir.
Me adiestré desde los siete años para tener un día la lengua en mi poder. Y, no obstante, cada vez que voy a escribir es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno penoso y feliz. Esa capacidad de renovarme toda a medida que el tiempo pasa es lo que yo llamo vivir y escribir […].”

La escritura en la autora es su particular fiesta de la cosecha, la recolección del pensamiento que se ha gestado con esmero en la mente y que a veces brota repentino y verde, y otras lentamente nace a la vida ya entero y maduro. Pero que, sea en la forma que sea, es siempre rico y saludable. Su escritura es la esplendorosa colecta que ella, desprendida, entrega no sólo como primicia a Dios, sino toda entera y para toda la humanidad, incapaz de reservarse nada. La cultura -del verbo latino colo: cultivar- es esa gran cosecha repleta de frutos recién cogidos que, en el caso del pueblo judío, de sus intelectuales y artistas, es siempre fresca y jovial, una “gaya ciencia” nietzscheana.

Biografía

clarise lispector

Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) sorprendió a la intelectualidad brasileña con la publicación en 1944 de su primer libro, Cerca del corazón salvaje, en el que desarrollaba el tema del despertar de una adolescente, y por el que recibió el premio de la Fundación Graça Aranha 1945. Se convirtió en una de las más singulares representantes de las letras brasileñas, a cuya renovación contribuyó con títulos tan significativos como La hora de la estrella, Aprendizaje o el Libro de los placeres o su obra póstuma Un soplo de vida, todos ellos publicados en Siruela. (Texto: Siruela)

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad