Francisco Uzcanga Meinecke recoge en el libro publicado por Báltica la grandísima relevancia que tuvieron los judíos alemanes en la literatura del siglo XX como por ejemplo Kurt Tucholsky, Joseph Roth o Stefan Zweig.
La simbiosis imposible repasa la vida de 20 escritores judíos de una Alemania que apenas se recuperaba de los estragos de la I Guerra Mundial cuando ya empezaron los primeros movimientos antisemitas que auparon al nazismo.
Uzcanga nos habla en esta entrevista del debate entre judíos laicos y religiosos, entre la modernidad y la tradición. Recoge también las obras y el pensamiento de las escritoras judías como la poetisa Else Lasker-Schuler. El profesor de la Universidad de Ulm en Alemania también se centra el profundo debate intelectual que supuso la fractura entre europeístas y sionistas y como al final, el nazismo mató a casi toda una generación de escritores y periodistas judíos vaciando Europa de intelectuales en general, y también de convencidos europeístas, judíos y no judíos.
Se tiende a ver desde fuera al pueblo judío o más bien al intelectualidad judía, como un todo. Pero no es así. ¿Cómo se explica que los escritores judíos alemanes estuvieran tan dispersos ideológicamente?
Sí, la comunidad judía alemana era muy heterogénea, existían muchas maneras de vivir el judaísmo, o de no vivirlo. La mayoría de ellos, alrededor del 60 %, eran liberales acomodados, laicos, vivían en ciudades ―sobre todo en Berlín― y estaban o se sentían integrados (de este humus provenían casi todos los escritores, así que se podría decir que la intelectualidad judía era más homogénea que la comunidad).
El segundo segmento más importante lo formaban los judíos ortodoxos ―mayoritarios entre los que llegaban de Galitzia―, reacios a la asimilación y que mantenían una observancia estricta de los preceptos religiosos. Luego venían los sionistas, que aspiraban a un estado propio y fomentaban la emigración a Palestina. Y, por último, existían también judíos que se consideraban patriotas alemanes, incluso nacionalistas, y renegaban de su condición o trataban de ocultarla.
Cada uno de estos grupos tenía intereses distintos, a veces también enfrentados entre sí. Los acabó uniendo el creciente antisemitismo, que no entendía de matices y afectaba a todos por igual.
De todos los autores que recoge en el libro, ¿quiénes comenzaron un nueva corriente literaria?
Alfred Döblin fue uno de los creadores de lo que se podría llamar literatura urbana, esto es, la que tiene como protagonista a la gran ciudad (y que los nazis tachaban de «literatura del asfalto»). Berlín Alexanderplatz es la obra cumbre de la modernidad alemana y sin duda la novela que mejor retrata el Berlín de los años veinte.
También se puede atribuir a escritores y periodistas judíos la creación del Feuilleton, esto es, el artículo literario periodístico que salía de la pluma de los Kaffeehausliteraten y que fue durante más de un siglo el género bandera de la prensa alemana. En el periodo que abarca el libro destacan aquí escritores como Alfred Polgar, Joseph Roth o Kurt Tucholsky. Y se puede considerar a Egon Erwin Kisch, autor de El reportero frenético, como el fundador del reportaje literario en lengua alemana.
No quería entrar en el tema del antisemitismo, pero me veo obligado. Todo el libro está cargado de ejemplos de antisemitismo y antij-udaísmo. A los judíos les acusan de todos y les dan desde todos los lados, desde la izquierda, desde la derecha, desde la prensa, desde el comunismo, desde el imperio, desde el ejército, desde la iglesia.
¿Encuentra hoy matices parecidos cuando los niveles de antisemitismo en el mundo están a niveles altísimos?
En el caso que mejor conozco, el de Alemania, se podrían distinguir tres variantes del antisemitismo. Tenemos el antisemitismo de la ultraderecha, que nunca ha dejado de existir pero que tiene ahora mayor visibilidad con el protagonismo de la AFD.
Persiste también el antisemitismo de raigambre izquierdista, heredero de los viejos clichés anticapitalistas y antiimperialistas, y que se ha reavivado con el conflicto en Gaza. Y, por último, existe también el antisemitismo islamista ―que llaman “importado”, aunque el término no es muy exacto porque también es endémico― y que también se ha recrudecido con la situación en Gaza.
Por otro lado, la misma comunidad judía alemana está dividida con la política del gobierno de Israel, y hay acusaciones de «antisemitismo» o de «autoodio» a quienes critican a Netanyahu… Como ves, el asunto es muy complejo.
Hay un tema que siempre he encontrado complejo de abordar, como es el llamado auto-odio. Si rebobinamos hacia los inicios del nazismo, ¿qué papel sumó el auto-odio judío al antisemitismo alemán de este periodo que desembocó en el Nazismo?
Sumó en la medida en que, para los antisemitas, los judíos que renegaban o se avergonzaban de su condición eran un ejemplo de «falta de carácter», o bien una demostración, en su intento de ser alemanes, de la superioridad de la raza aria. Además, algunos retratos satíricos de sus congéneres que hicieron autores judíos ―como Kurt Tucholsky― parecían cargar de argumentos a los antisemitas. A esto se unía que el recelo o desdén de ciertos judíos occidentales burgueses y bien integrados hacia sus «hermanos pobres» orientales, que llegaban en masa, se hacinaban en barrios marginales y podían obstaculizar su propia aceptación, era visto por los antisemitas como una prueba más de que estaban siendo invadidos por un pueblo extraño que amenazaba su cultura.
¿Quién ganó en el debate Sionismo vs Europeísmo?
El debate se centró sobre todo en el diferente diagnóstico sobre el antisemitismo y la manera de hacerle frente. Los judíos «europeístas» vivían en ciudades, eran burgueses y estaban asimilados, cuando no bautizados. Consideraban el antisemitismo como una «fiebre pasajera» que remitiría cuando los gentiles se convencieran de que los judíos aportaban mucho a la sociedad, a la economía y a la cultura alemanas. Como «europeístas» rechazaban el sionismo en cuanto a manifestación nacionalista, o si acaso lo consideraban un loable intento de ofrecer una solución a los marginados judíos del este, pero no a ellos.
Por su parte, los sionistas creían que la asimilación era contraproducente porque acentuaba el rechazo de la población gentil, que veía con temor cómo unos «intrusos» bien formados les disputaban sus puestos de trabajo. Los sionistas pensaban que el antisemitismo no tenía remedio y que la única solución era fundar un estado propio y establecerse en él. Si tenemos en cuenta las consecuencias, hay que admitir que, al final, los sionistas tuvieron razón. Fracasó el intento de «europeizar» Alemania y los judíos que emigraron a Palestina lograron salvarse.
¿Cómo trató y cómo se percibió dentro del mundo judío tradicional a los escritores judíos que se asimilaban y dejaban de tratar temas estrictamente judíos?
En general, todos los judíos tradicionalistas, tanto los sionistas como los ortodoxos, eran muy críticos con los que se asimilaban. La diferencia era que los ortodoxos y ultraortodoxos creían que el antisemitismo era un castigo divino por los intentos de asimilación, y que había que aceptar la diáspora y volver a los orígenes, al estricto cumplimiento de los preceptos. Theodor Herzl, el fundador del sionismo, era para ellos un usurpador, un mesías laico, no en vano había escrito: «La cuestión judía no es religiosa ni social sino nacional».
Este rechazo o desconfianza de ambas facciones apuntaba a todos los asimilados, más aún a los bautizados, claro; en el caso de los escritores se añadía la crítica por escribir en alemán y no en hebreo o yidis.
Lo único que tenían en común las escritoras judías era el afán de emanciparse ―a veces presente en sus obras―, pero esto lo compartían con todas las escritoras alemanas de aquellos años.
Hay un bloque de su libro dedicado a escritoras judías ¿Se podría hablar de una homogeneidad en sus obras o también fueron tan dispares en temática como las del resto de escritores?, ¿qué posó dejaron?
Sí, tampoco se puede hablar aquí de homogeneidad, los temas abordados por las escritoras son muy dispares. Lo único que tenían en común era el afán de emanciparse ―a veces presente en sus obras―, pero esto lo compartían con todas las escritoras alemanas de aquellos años. Dependiendo de los casos, algunas escritoras judías tenían además que independizarse de sus familias ortodoxas o tradicionalistas, que no veían con buenos ojos que sus hijas abandonaran las tareas domésticas para convertirse en escritoras y periodistas, con el modus vivendi que ello implicaba: frecuentar los cafés, las redacciones de los periódicos, participar en el debate público…, todo un mundo vedado hasta ahora para ellas.
Poso ha dejado sobre todo Else Lasker-Schuler, considerada por Gottfried Benn como «la mejor poetisa alemana de todos los tiempos». Gabriele Tergit, vive un renacer después de décadas de ostracismo. Otras autoras, como Masha Kaleko, habrían merecido más resonancia.
Junto con Stefan Zweig también e suicidó Ernst Toller, muy probablemente también Kurt Tucholsky, y Joseph Roth aceleró su deriva autodestructiva.
Cierra con Stefan Zweig, que aunque no fue alemán, publicó casi toda la obra en ese país. ¿Fue su muerte una más de las que el Nazismo borró de Europa?
Stefan Zweig era austriaco, pero publicaba sus libros en Alemania, fue protagonista destacado de la vida cultural y política durante la República de Weimar y, aunque no acabó en un campo de exterminio, sí puede ser considerado una víctima del Tercer Reich. Su suicidio fue una consecuencia directa del nazismo, se sentía incapaz de vivir en un mundo así. Pero hubo más casos. Por el mismo motivo se suicidó Ernst Toller, muy probablemente también Kurt Tucholsky, y Joseph Roth aceleró su deriva autodestructiva. El nazismo mató o silenció a toda una generación de magníficos escritores judíos que abanderó la literatura y el periodismo de la República de Weimar