Alex Halberstadt, escritor, “El arte tiene un principio y un fin, pero la vida no, esta es un desastre”

Alex Halberstadt
©Alex Halberstadt

Jóvenes Héroes de la Unión Soviética (Impedimenta, 2023) ha sido nombrado como uno de los mejores libros de año según The New York Times. Esta es una biografía en forma de memoir creada por el escritor neoyorquino Alex Halberstadt sobre su emigración desde la Moscú soviética a Nueva York en 1980. Halberstadt mete las manos en las tripas de su familia, regresa a los países de sus ancestros: Rusia, Ucrania y Lituania para toparse con las tragedias que sufrió su familia judía en la Shoah, revuelve el turbulento pasado de su abuelo Vasili que fue uno de los últimos guardias personales de Stalin y también retoma la relación con su padre que quedó atrás en Moscú.

Halberstadt atiende la entrevista de Marom Connect Literatura por videoconferencia desde su biblioteca repleta de plantas en Brooklyn, Nueva York.

Lo que empezó siendo un libro sobre siete personas viviendo en la Unión Soviética se convirtió en un libro sobre la Unión Soviética

Jóvenes Héroes de la Unión Soviética
Portada Libro -Editorial Impedimenta

¿Cuántos años ha dedicado a la investigación de su familia y a escribir el libro que ahora se publica en español?

Desde que empecé a escribir hasta que se ha publicado el libro han pasado 12 años, algo que no recomiendo para un solo libro. Ha sido una cantidad tremenda de trabajo: hice más de setenta entrevistas, visité Rusia, Ucrania y Lituania en más de siete ocasiones. Leí cientos de libros sobre el tema, memorias e Historia de Rusia. Mucho del trabajo fue hablar con mi familia, con mi madre, con mi padre, leyendo documentos, yendo a archivos. Eso es ser escritor también.

¿Ha podido resolver algún misterio o trauma familiar al término de esta memoria?

Creo que escribir un libro sobre un trauma no va a arreglar ese trauma. El trauma es el trauma. Pero el libro sí me ha ayudado a tener claridad, a observar toda la fotografía y a analizar la Historia, a pensar sobre otras personas. Lo que quería entender eran las historias personales de mi familia como una experiencia colectiva. No importa cuán extraordinaria pueda ser una persona, nunca se podrá separar o existir fuera de un momento histórico concreto.

Lo que empezó siendo un libro sobre siete personas viviendo en la Unión Soviética se convirtió en un libro sobre la Unión Soviética. Esas personas eran la historia de una sociedad, de un tiempo.

La pregunta original del libro era sincera: quería saber de dónde venía, ¿de qué forma mi lugar de procedencia está relacionado en la manera en que yo siento todos los días?, ¿en el modo en que miro al mundo o a la familia? Todo libro tiene que empezar con una pregunta real y el libro te tiene que ayudar a resolverla. El arte ayuda a que el trauma y la vida de la gente se organice. El arte tiene un principio y un fin, pero la vida no, esta es un desastre, por eso el libro le dio orden y sentido a mi vida.

Cuando tienes que escribir sobre ti mismo enseguida te das cuenta que no escribes sobre ti, si no sobre un personaje que tiene tu nombre. Aun así el personaje tiene que trabajar, debe de ser un buen personaje dentro del libro. Tuve que aprender a despersonalizar ese personaje. También me ayudó a ver a mis padres no como mis padres si no como dos jóvenes con sus propias vidas antes que yo naciera. Ellos tenían otras prioridades que nada tenían que ver conmigo. Fueron personas independientes de mí y aprendí a que ellos no podían ser prisioneros de las relaciones familiares o incluso de cierto resentimiento.

¿Cómo ha sido escribir sobre Rusia, Ucrania y Lituania desde afuera, desde una visión estadounidense?, ¿le ha supuesto algún conflicto de lealtad?

Es verdad que siendo un “outsider” te da cierta objetividad. Ha sido más fácil escribir debido a la distancia que me separa de la mente rusa y también quizá he tenido más claridad porque he leído libros y fuentes sobre Rusia solo desde el punto de vista occidental.

La Historia siempre ha sido controversial en Rusia e históricamente la academia rusa nunca ha estado libre de presiones políticas especialmente durante los años duros de la URSS. Por otra parte ha sido muy difícil porque yo no tenía acceso a muchos documentos sobre mi familia. Mi abuelo Vasili fue uno de los guardaespaldas de Stalin y miembro del NKVD y de la KGB después. Sus archivos no son accesibles incluso para un ciudadano ruso.

Dediqué mucho tiempo a investigar y a entender un país que dejé cuando yo tenía nueve años y era muy difícil obtener información correcta. Cuando el libro salió también se produjo el debate sobre quién tiene el derecho de escribir sobre ciertos países. Hubo gente que decía “bueno, eras un niño, en realidad no sabías mucho como para escribir el libro”, pero creo que tengo el derecho a escribir mi propia historia, mis memorias y lo que entiendo sobre Rusia. Es la historia de alguien que regresa a su país de origen como adulto, y la historia no va más allá. Es algo que no pude compartir con mis padres, porque no viví ahí con ellos.

Vasili participó en el reasentamiento de los tártaros de Crimea enviándoles a Siberia y fue un proceso horroroso donde la gente fue golpeada, violada y asesinada

Tártaros de Crimea
Tártaros de Crimea - ©ukrainianinstitute.org

¿Por qué cree que a su abuelo Vasili, al que conoce por primera vez en Ucrania, le costó tanto contar qué ocurrió, qué vio o cuáles fueron sus tareas como miembro de la seguridad cercana de Stalin?

La clave de cualquier sistema totalitario sea Unión Soviética, el Nazismo o el Franquismo, fue mantener a la gente en la oscuridad. La única persona que supuestamente lo puede “saber todo” es el dictador. Esta es una de las razones por las que existe tanto oscurantismo alrededor de la figura de Stalin, sobre el suicidio de su mujer o su propia muerte. Y hoy no sabemos con total seguridad qué ocurrió. Todo estaba tapado, en secreto, sellado. Los documentos históricos entraban en conflicto con ellos mismos.

Por ejemplo cuando yo conocí a mi abuelo Vasili, él estaba profundamente avergonzado de todas las cosas que hizo. En los años 40 y 50 él fue una persona con poder y rodeada de poder. Sin embargo cuando le conocí en 2004 por primera vez, habían pasado 50 años de la muerte de Stalin y Vasili era un hombre de más de 90 años, jubilado y viviendo con muy poco dinero.

Claro, la Unión Soviética  ya no está, Stalin ahora es considerado un monstruo y él entendió todo esto por eso me dijo “tuve miedo cada día”. Lo que él me quería decir es que vivió en un estado de terror y las cosas que hizo las hizo bajo un estado de terror. Esto no es una excusa, y no debería ni olvidarse ni perdonarse. Pero sé que algunas cosas se las llevará a la tumba porque son demasiado dolorosas para contarlas.

¿Cómo fue el encuentro con una persona extraña para usted, que a la vez era su abuelo?

Lo conocí una vez cuando tenía 3 meses. Y cuando le llamé la primera vez por teléfono dijo que no tenía nietos; pero, su mujer por detrás dijo “sí, sí lo tienes”. Mi padre no conocía ninguna historia porque era demasiado peligroso para él. Y no era algo bonito que compartir con tu familia.

Mi abuelo comprendió en los años 70 y 80 que su experiencia junto a Stalin era algo de lo que no podía hablar ni compartir. Cuando yo hablé la primera vez con él me dijo “bueno, ya sabes, yo estaba en el ejército…” y la mujer interrumpió y dijo “ya basta, dile la verdad”. Y lo hizo, aunque no toda la verdad pero lo que me dijo fue verdad.

Vasili participó en el reasentamiento de los tártaros de Crimea enviándoles a Siberia y fue un proceso horroroso donde la gente fue golpeada, violada y asesinada. 45.000 personas murieron y Vasili me reconoció que fueron los peores días de su vida. No me dijo mucho más.

Alex Halberstadt
Vasili, abuelo de Alex Halberstadt - ©theparisreview.org

¿Cree que es el momento que los nietos adquieran la responsabilidad de contar lo que pasó con sus abuelos y padres en la Unión Soviética?

Es difícil dirimir quién tiene la responsabilidad de qué. La responsabilidad es algo que voluntariamente adquirimos y no se consigue señalando a alguien. Creo que ahora tenemos la oportunidad de contar historias más que la responsabilidad de contar historias. Vivimos en libertad y además la distancia ayuda. Yo no soy historiador y no puedo escribir una Historia oficial, no soy académico. Pero sí puedo escribir la historia sobre un grupo pequeño dentro de la gran Historia.

A veces un grupo pequeño, como una familia, como dice, representa la historia de todo un país o sociedad, ¿cómo ha sido para usted reencontrarse con ambas historias, la historia judía de su madre y la parte rusa de su padre?

De hecho mi familia podría estar interesada porque vivieron la historia en los mismos años, pero la vivieron a través de diferentes momentos. Los padres de mi madre vivieron la Shoah y pasaron toda la vida con ese trauma. Y el lado paterno estaba en el otro lado del conflicto, trabajando en el Gobierno soviético. Tragedias ambas, pero experimentadas de formas distintas. Y ahí encontré una idea original de cómo contar la historia.

Vinnitsia, la ciudad donde vive mi abuelo está en mitad de Ucrania, donde se dividió el territorio entre Hitler y Stalin. Cuando llegó Hitler a ese lugar los soviéticos ya tenían varias fosas comunes y los nazis mataron a decenas de miles de judíos exactamente en el mismo sitio. Hubo peleas después para dirimir qué monumentos erigir y a qué víctimas. Los judíos sufrieron infinitamente y también toda la gente que allí vivía.

Hablemos de su llegada a Nueva York de niño, ¿cómo fue el proceso de pasar de una familia judía laica soviética de Moscú a ingresar en un colegio privado judío religioso en Manhattan?

Mi historia fue una historia similar a la de millones de inmigrantes a Estados Unidos. Tardamos un año en llegar. Primero aterrizamos en Viena y luego pasamos nueve meses en Italia. Desde Estados Unidos tenían que revisar muy bien todas las solicitudes, ya sabes, para cerciorarse que no fuéramos espías o cualquier otra cosa rara. Durante todo el proceso obtuvimos ayuda y subsidios de la comunidad judía internacional. Cuando dejabas la Unión Soviética no podías irte con nada: ni dinero, ni propiedades. Estábamos en Viena con menos de 100 dólares, toda la familia. Toda ayuda era indispensable.

En Italia tuvimos que estudiar hebreo, también se nos presionaba para ir a Israel y yo no sabía lo que era un judío hasta que no abandoné la Unión Soviética. Yo sabía que era un insulto decir a alguien “judío” en Rusia. Siempre tuve curiosidad por mi herencia judía del lado materno y estaba super feliz acercándome a mi cultura.

Pero también hubo presión para hacer el Bar Mitzvá o para circuncidarse, algo que un adolescente no estaba muy por la labor. No me quejo, nos ayudaron en todo y sin ellos no hubiéramos sobrevivido. Nos hicimos más religiosos, más observantes, participando en ritos judíos. Mi madre nunca fue religiosa y mis abuelos tampoco, iban a la sinagoga en fiestas y hacían platos judíos pero no eran religiosos.

Fui a un colegio judío religioso muy caro con una beca total porque mi madre no se podría permitir mi ingreso en un colegio como aquel. Recuerdo que tenía que contar historias siempre de lo mal que nos trataban en Rusia y lo bueno que era vivir en Nueva York. La primera vez que fui a un campamento de verano todos los chicos rusos éramos apartados de los niños estadounidenses. Nos consideraban salvajes y raritos. Veníamos de un mundo pobre y nos costó mucho tiempo dejar de ser un ciudadano de segunda. Pero también este país te lo pone muy fácil para convertirte en ciudadano en pocos meses.

Luego fui al colegio en Queens donde todo el mundo era de todas partes. Creo que es el barrio con mayor diversidad de todo el país. Por eso amo Nueva York. Mi mejor amigo era de Pakistán, tenía amigos de India o Jamaica. Sentía que era maravilloso. Y lo único en lo que me sentía un poco apartado era en la comprensión del idioma hasta que lo dominé.  Nadie me dijo “vuélvete a tu país”; bueno algún niño sí. Eran los 80 y todo lo soviético sonaba mal.

¿Crecer en Nueva York le proporcionó libertad como escritor por esa vasta riqueza cultural de las personas con las que creció?

Sí, por la diversidad. Además tuve que aprender una lengua que no dominaba y tuve que crecer como homosexual, algo que en Rusia hubiera sido complicadísimo. Me siento muy agradecido a mi madre por venir aquí, por su decisión. Siempre tuve preguntas sobre quién era, qué era eso llamado Unión Soviética de donde yo procedía. Mi padre quedó atrás, como sabes, y tuve que rehacer la relación con él más adelante.

Todo lo que estaba fuera de la ley era susceptible de arresto, acabar en un Gulag o incluso la pena de muerte. Stalin mató a su propia gente, por cientos de miles.

Supongo que la situación bélica actual entre Rusia y Ucrania no le ha dejado indiferente. Una parte de su familia es de Rusia y otra de Ucrania. ¿Cómo le está afectando el conflicto?

En Rusia los judíos siempre han tenido problemas debido al antisemitismo. En Vinnitsia (Ucrania) de donde es mi abuelo, la población judía era la mitad antes de la Shoah. Donde él creció no era fácil identificar quién era polaco, ucraniano, ruso, armenio, bielorruso o judío. La Unión Soviética de hecho fue un país multicultural con decenas de nacionalidades diferentes. Este conflicto es muy difícil para mí y mi familia, yo siempre pongo el ejemplo de “es como si Nueva York declara la guerra a Nueva Jersey”, doloroso. Un tercio de los rusos tienen familia en Ucrania.

En Rusia la gente que se fue o se está marchando ahora por este conflicto son judíos y no judíos. Todo es cuestión de dinero, es decir, si uno tiene o no la capacidad económica para marcharse. Para la mayor parte de la gente subirse a un avión es una fantasía. Los billetes de avión pueden costar cinco o diez mil euros.

Es muy doloroso por muchas cuestiones. La mitad de la familia de mi padre son rusos y la otra mitad ucranianos, yo no puedo tomar parte por ningún lado. Para mí, los rusos y ucranianos vivieron juntos por siglos y verlos como enemigos que son ahora es super doloroso.

Yo escribo sobre la era de Stalin, cuando la gente tenía que tomar decisiones si sobre lo que iban a hacer estaba bien o si se tenían que proteger de algo. Todo lo que estaba fuera de la ley era susceptible de arresto, acabar en un Gulag o incluso la pena de muerte. Stalin mató a su propia gente, por cientos de miles. Mucha gente acabó denunciando a sus vecinos o incluso a sus propias familias. Era una locura, una psicosis. Ahora la gente de mi edad o más joven se ven la tesitura de hablar sobre el conflicto y criticarlo, mantenerse callado o irse del país. Nunca pensé que vería en mi vida a Rusia hacer algo así.

¿Se publicará el libro en Rusia?

Hubo algún grupo que dijo que el libro tenía cierta rusofobia, cuando no es así en absoluto. Está traducido al ruso y hubo una subasta para comprar los derechos. Y una editorial lo compró y dijo “no podemos publicar esto” porque hay algunas imprecisiones históricas y yo les dije “hablemos sobre ellas”, a lo que me respondieron que no. Entendí que era peligroso para ellos. Es algo rompedor para el corazón. No hay razón para la guerra.

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