La memoria de Auschwitz frente al antisemitismo “New Age”

Yad Vashem
Los hermanos judíos Abraham e Inmanuel, Yad Vashem

La traicionera y salvaje agresión de Hamás - con intención claramente genocida - al Estado de Israel del pasado 7 de octubre de 2023 y la inevitable respuesta militar del agredido, ha vuelto a abrir en las sociedades occidentales la caja de Pandora del clásico antisemitismo de siempre, pero metamorfoseado en una especie de judeofobia a la que denominare “New Age”.

El antisemita contemporáneo ya no esgrime los argumentos históricos basados en la teología (el pueblo deicida) o en la genética decimonónica (untermenschen o “raza de infrahumanos”), pues ni la religión ni el racismo clásico gozan hoy de buena salud en Occidente.

El antisemita contemporáneo precisa, pues, cambiar su argumentario para acomodarlo al discurso “humanitario” prevalente y en el que, paradójicamente, se ocultan algunas veces numerosos canallas. Si el siglo XX vio cómo las ideologías totalitarias que aspiraban al “paraíso en la tierra” en realidad solamente produjeron millones de muertos y tiranías a escala internacional, la amenaza que se vislumbra en el siglo XXI es que el antisemitismo renace amparado en un presunto “humanitarismo” más cosmético que ético. Por supuesto, nadie se declara abiertamente “negacionista”, revisionista o antisemita, porque desde la creación del Estado de Israel en 1948 resulta mucho más sencillo afirmarse como “antisionista”; aunque los argumentos coincidan casi al pie de la letra con los prejuicios antisemitas y revisionistas de siempre.

André Glucksmann en su excelente ensayo El discurso del Odio identifica diferentes manifestaciones de antisemitismo; desde la brutalidad expeditiva del negacionismo (negar la existencia de la Shoá), pasando por la banalización (el propio término “negacionismo” se aplica indistintamente a numerosos frentes: cambio climático, violencia de género, etc.), la rivalidad victimista (diluyendo la Shoá en multitud de otros crímenes y equiparando su gravedad y alcance), las ecuaciones dudosas (Auschwitz = Hirosihma), la equidistancia y equiparaciones aberrantes (lo que Israel está haciendo ahora con los palestinos es lo mismo que los nazis hicieron con ellos) cuando no directamente la conversión de las víctimas en verdugos (lo estamos viendo con toda crudeza en la interpretación que hace una parte de Occidente de la agresión de Hamás a Israel; atribuyendo – con inusitada indecencia moral – la intención genocida a quien sufrió el ataque genocida).

Pero Glucksmann escribió su ensayo en 2004 y desde entonces se han ido tejiendo nuevos disfraces para el antisemitismo “New Age, no siendo el menos relevante el aburrimiento y la relativización (tenemos otros problemas: cambio climático, hambre, pobreza, etc.) que alimenta una indisimulada voluntad de olvido (se ha hablado demasiado del Holocausto y cansa ¡pasemos página!), la calculada tergiversación y falsedad histórica (la pre existencia a Israel de un supuesto “Estado palestino”) y, como decía, el falso humanitarismo con cuyos sofismas se pretende impedir a Israel su derecho a defenderse y, por ende, a existir (ninguna nación del mundo pone su autodefensa en manos de la Asamblea General de las Naciones Unidas, ningún Estado deja la gestión de su seguridad en manos de la conciencia mundial).

Una prueba de este humanitarismo pervertido y perverso, es el eslogan “del río al mar” esgrimido irreflexiva y suicidamente por miles de manifestantes en esas mismas sociedades libres occidentales a las que odia declaradamente el islamismo, con Irán como director de orquesta y Hamás y Hezbolá como sangrientos intérpretes. Y en este humus pútrido de disimulos, cinismo e hipocresía, renacen de nuevo y sin complejos las viejas voces conocidas del antisemitismo de antaño, que poco o nada tienen que envidiar a Los protocolos de los Sabios de Sion o al Judío Eterno. Con el pretexto de criticar ciertas políticas de Israel – algo por supuesto legítimo y garantizado por la propia democracia israelí – en realidad lo que hace el antisemitismo “New Age” es condenar al judío por el simple hecho de prosperar, de existir y de negarse a ser exterminado.

Victor Klemperer en su excelente La Lengua del Tercer Reich escribió que el lenguaje nazi “era un lenguaje carcelario (de los carceleros) y del lenguaje de las cárceles forman parte necesariamente las alusiones veladas, las ambigüedades, las falsificaciones, etc”. Por eso los nazis nunca hablaron de exterminio de judíos sino de “Solución Final” o de “erradicar los fundamentos biológicos del judaísmo”.
La lengua del Tercer Reich

Y mientras los nazis envenenaban el lenguaje y el alma alemana, como hoy sigue haciendo el antisemitismo en el alma occidental, a 6 millones de judíos les eran arrebatadas sus vidas, sus sueños, su futuro, su descendencia… por eso somos muchos los que no permitiremos que se olviden sus nombres. El Yad Vashem, monumento vivo del pueblo judío al Holocausto o Shoá, encabeza su página web con  una cita del profeta Isaías 56,5: “Y les daré a ellos en mi casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre (un “yad vashem”)…  que no serán arrancados”.

Cuando el 27 de enero de 1945 las tropas rusas entraron en Auschwitz encontraron un inmenso cementerio en el que agonizaban lentamente 7.500 prisioneros. ¡7.500 supervivientes de 1.300.00 prisioneros que pasaron por Auschwitz, casi todos ellos víctimas anónimas, sin nombre, sin yad vashem. La mayoría de supervivientes que encontraron las tropas soviéticas el 27 de enero de 1945 llevaban menos de seis meses en el campo de exterminio. León Poliakov en su obra de referencia Auschwitz: documentos y testimonios del genocidio nazi estima que la esperanza media de vida en el campo en 1944 era de algo más de seis meses (en 1943 no llegaba a los 4 meses).

Violeta Friedman

Violeta Friedman, una de las supervivientes de Auschwitz, explica en sus Memorias como el trabajo forzado era empleado para asesinar: “durante los meses de noviembre, diciembre y hasta el 20 de enero de 1945 fuimos obligados a realizar durísimas tareas. Es evidente que era otro método para eliminarnos, aunque esta vez con mayor disimulo”.

Fue precisamente la Sra. Friedman quien, muchos años después, se querelló en España contra el nazi Leon Degrelle a raíz de unas irónicas declaraciones suyas negando el Holocausto. El proceso fue largo, pero la razón de la víctima se impuso sobre la podredumbre moral del verdugo y dio lugar a la tipificación penal de la negación del Holocausto (art. 607.2 del Código Penal español, sobre negación de los crímenes de genocidio[1]).

[1] Sin embargo, la sentencia 235/2007 del Tribunal Constitucional que resuelve una cuestión de inconstitucionalidad relativa al artículo 607.2 del Código Penal, marca una nueva tendencia en la interpretación constitucional de los delitos relacionados con la apología del genocidio al declarar que la negación de la existencia de prácticas genocidas por regímenes políticos totalitarios está amparada por la libertad de expresión.

Viktor Frankl también sobrevivió a Auschwitz. En su maravilloso ensayo El hombre en busca de sentido llega a afirmar que “los mejores no sobrevivieron a Auschwitz”. Al leer su obra se entiende lo que quiere expresar, pero creo que su afirmación resulta exagerada y acaso injusta. Sobrevivir a Auschwitz tuvo numerosos componentes: tiempo de estancia en el campo, sexo (las mujeres demostraron una mayor capacidad de adaptación a las horribles condiciones del campo), fortaleza espiritual (es curioso comprobar cómo los físicamente más fuertes morían antes que quienes se refugiaban en su mundo interior) y, sin duda, la simple y caprichosa suerte.

Es bueno recordar Auschwitz, es necesario recordar a las víctimas y conocer a los verdugos, los del pasado no tan lejano y los que podrían llegar a serlo en un futuro que no suele estar tan lejos como parece. Nunca se escribirá lo suficiente sobre aquel crimen sistemático perpetrado con la complicidad de numerosos países y millones de personas. Si por un momento dejamos las cifras y nos centramos en las personas es cuando realmente nos “duele” Auschwitz.

Cuando escribía mi Diccionario Biográfico de Nazismo y III Reich, tenía siempre presente una vieja fotografía del “álbum de recuerdos” de un Einsatzgruppe, un asesino de las SS especializado en matanzas: en la imagen, apunta su arma a la cabeza de una madre y su hijita. Están de espaldas al verdugo. La madre, encogida, abraza a una niñita de apenas unos pocos años. Ambas juntan sus caras y parecen protegerse mutuamente, como tratando de que su aliento y calidez borrara la inminencia del horror. Al mirar esa foto no puedo dejar de pensar ¿Qué sentía esa madre? ¿Cuál no sería su angustia? La niña, en esa magia infantil que nos cree a los padres divinos e indestructibles, quizás pensó hasta el último segundo “mama me salvará…” Pero la madre sabía que ambas iban a morir inmediatamente y que nada podría hacer por su hijita, salvo apretarla fuerte. ¡Cómo tuvo que sufrir aquella víctima anónima! Su sufrimiento pervive a través del tiempo y del espacio por mor de una simple foto, tomada por el cómplice de un asesino. Quizás porque soy padre no puedo evitar una difusa tristeza cada vez que miro esa imagen y percibo todo el horror que subyace en ella y lo multiplico por millones de víctimas. Quizás porque soy padre sufro con aquella familia truncada por uno de los totalitarismos más sangrientos del siglo pasado y es entonces cuando creo que nunca se escribirá suficiente sobre el Holocausto.

Quiero recomendar In Nomine Auschwitz, de Carlos Morales del Cosso, una antología poética de la Shoá que publicamos en 2023 y que quizás sea la publicación en la que me he implicado con más satisfacción. En esta sensible y estremecedora obra, que tiene la fuerza de las palabras y el poder de la poesía, el autor ha recopilado y traducido durante décadas algunos poemas escritos por las víctimas del genocidio.

In nomine Auschwitz

Y así, entre todos, impediremos que el nombre de nuestros hermanos martirizados, sea profanado con el olvido del ignorante, la indiferencia del tibio o el odio del antisemita “New Age”.

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