Hay una Guía de Viajes, que invita a conocer las tres ciudades, no los países. Más allá de las fronteras de hoy, cuando ellas eran una parte de una otra unidad Balcánica, extiendo esa invitación a través de este artículo, para compartir esas presencias/ausencias del pasado y presente judío, que encontré allí.
Quiero mencionar que nací bajo el signo de Taurus y según las diversas descripciones, esto me connota de características de quietud, de estabilidad en la tierra, de cuidados a mi terreno. Proteger y cuidar mi espacio, sentirme a gusto en él y abrirlo. Pero mi Taurus, tiene estos designios para mi legado cultural judío, pero raramente para “mi territorio”: he vivido en 4 países y tengo tras de mí, 23 cambios de vivienda.
Mis viajes me llevan a conocer paisajes, gente, historias y memorias, materiales y no materiales. Y siempre emerge mi identidad judía. Aparecen rastros a veces insignificantes, pero que cobran múltiples significados, y que cuido, nutro, limpio y hago crecer.
Primera estación: Sarajevo
En mi viaje, el orden fue inverso al propuesto por la Guía, primero Sarajevo. Ciudad milenaria, encuentro de culturas. Aquí, tres sinagogas, tres destinos diferentes. Una Sinagoga, la más antigua, hoy el Museo de los judíos.
La llamada Velika Avlija, data del año 1581 y fue autorizada por el Imperio Otomano a ser construida, por los exiliados de la Galut española. Requirió de reconstrucciones varias, pero hoy, vecina de mezquitas e iglesias centenarias, sostiene su dignidad singular. Nos describe a través de sus objetos, las historias de sus familias y recorrerlo, bajo la presencia de sus piedras cálidas y luminosas, se convierte en un camino llano.
La segunda Sinagoga, llamada de los Ashkenazim o de los alemanes, así designados por la otra parte de la comunidad, la sefardita
La única en uso y para todas las personas judías, sin distinción y abierta, sin limitaciones, para conocer la vida judía de hoy. Fundada en 1902, en un estilo ecléctico y con decorados orientalistas, del otro lado del río Miljacka, tiene horarios para las personas curiosas de conocerla, pero no compartir los usos religiosos. Es un centro de actividades comunitarias, con un café-restaurant, club infantil, clases, servicios religiosos…y más.
Antes de la Shoà alrededor de 12000 judíos vivían en Sarajevo y había 15 sinagogas en la ciudad. Hoy, con menos de 1000 miembros, sólo ésta, sigue activa.
La tercera Sinagoga, llamada inicialmente Il Kal Grande, fue erigida en 1932, pero hoy es un centro cultural del Ayuntamiento de la ciudad.
Todavía se pueden identificar algunos frisos tiznados, porque los nazis y fascistas croatas, la quemaron y dos esculturas de los años ‘60 en su interior, indican su origen. Hoy revive como sede de diversos festivales y exposiciones culturales, y fue donada por las personas sobrevivientes de la Shoà, para ese uso.
Sarajevo es interminable, invita a recorrerla y volver a recorrerla. La famosa Hagadà de Sarajevo, del siglo XIV, salvada en varias ocasiones y muy especialmente en los años de la guerra de los Balcanes, tiene un lugar privilegiado en el Museo Nacional. La ciudad y sus gentes, siguen viviendo demostrando sus múltiples capacidades de recuperación.
Otra visita muy recomendable, es el cementerio judío antiguo, una parte monumental por su importancia como legado judío. Conviven millares de tumbas, gran parte escritas en judeoespañol y las marcas del ejército serbio, cuando desde esa colina bombardearon durante 3 años a la ciudad, en la última guerra. Al marchar, regaron de minas antipersonas ese territorio. Hoy se visita, está bien cuidado y se convierte en un espacio de memoria y respeto.
El Museo de Historia de la ciudad de Sarajevo, también señala el aporte de la comunidad, destacando a hombres y mujeres que colaboraron en su desarrollo y esplendor.
Segunda estación: Mostar
Viaje en tren desde Sarajevo, entre valles verdes, densamente verdes. Mostar sigue herida por la Guerra llamada de la “Ex-Yugoslavia”: hay dolor, hay cicatrices mal curadas. Intentos de normalidad, pero sin esa autenticidad que Sarajevo conserva. Las personas que la visitan, miran su casco antiguo, sus múltiples mezquitas y templos ortodoxos. Pero no hay sinagogas a conocer, a visitar, a conmemorar. Sólo un terreno y un cartel. Un futuro?
Tercera estación: Dubrovnik
Largo viaje en Autobús desde Mostar, pero inmenso en cambios. Desde las colinas a las costas del Adriático, intensidad de contrastes amables.
Dubrovnik es turística, muy turística. Llegan cada día cruceros, multiplicidad de personas diversas, que sólo pasan horas aquí. La ciudad se hace intransitable, pero no deja de maravillar su casco antiguo, sus murallas, su puerto, su pasado monumental y al mismo tiempo próximo. La guerra de los ‘90, también ha dejado sus marcas profundas en los muros y en las personas. Se percibe el esfuerzo por no mostrar el sufrimiento.
Ciudad donde la presencia judía documentada, pero no la primigenia, existe desde antes de la expulsión de la población sefardita de su tierra natal. Una sinagoga aún en uso, para 80 personas, pero que también es un espacio museístico, privado, para conocer y encontrar materiales que desde la singularidad judía de esta zona, se proyecta a la historia de la ciudad y del territorio actual de Croacia.
La ciudad antigua guarda su pequeño Ghetto, una callejuela empinada, sin demasiados signos. Dubrovnik fue ciudad de paso de los judíos expulsados, buscando lugares más seguros, para reconstruirse. Gobiernos y creencias diversas la habitaron, pero hoy reconstruida tras la contienda, emerge y mantiene su atractivo, más allá de las masas humanas que la inundan.
La población judía fue arrasada por el nazismo y el antisemitismo de los croatas que en su alianza con los primeros, se esforzaron por ser los aliados más meritorios de la destrucción.
Pero, a pesar de su casi exterminio total, los “zid”, los y las judías, siguen aquí. Las filigranas de la artesanía croata, idéntica a la de Andalucía, siempre vinculada al pasado judío en España, pero allí, alma croata.